Sunday, September 30, 2012

Historias de mercado





 Para esta práctica me piden una historia, y la verdad es que historia no hay ninguna. Todas son iguales y ninguna es parecida. 
Nada más y nada menos que sacar una historia de un mercado, ¿y cuál eliges? ¿Y cómo sabes que has acertado si no la sabes todas? Y no llegas a todas y la que tienes no la escuchas.

Al principio, me dediqué a dar una vuelta. Me pareció que ninguna historia que sacase de allí sería diferente a la que se puede sacar de cualquier mercado: Una mujer con una niña de unos cinco años y en un carricoche un lactante intentado acabar su lista de tareas antes de las 12:00 a.m.  Un soltero desaliñado al que le falta solamente un ingrediente para el plato que tiene planeado.Una dependienta que se tuvo que levantar a las 5:00 a.m. a recibir su mercancía. Un jubilado o un señor en proceso de desempleo con una extensa lista de la compra esmeradamente realizada por su señora y amante esposa. Una amante esposa con el suficiente garbo de bajar a sus quehaceres y que aún le ha sobrado vitalidad para emblusar a su marido y privarle del Gran Premio de motos que televisan hoy.




Cada historia podía ser increíble y a la vez ser increíblemente decepcionante. Yo me fijé en las casualidades de la vida y las disposiciones de la gente. Me encontré con una señora de mediana edad, el pelo canoso y corta estatura en la carnicería del piso superior. Trataba amablemente al dependiente, pedía las cosas por favor y preguntaba con reserva. Pagó de buen grado y se despidió con una sonrisa. Incluso, en cierto momento, me pidió disculpas tras desestabilizarme en el momento justo de una foto. Se fue contenta y, yo juraría, que esa mujer volvería por el puesto cuando volviese a estar necesitada de productos cárnicos. 
Me quedé un rato más en el mismo puesto y pude ver como el amable dependiente no mostraba tal condescendencia con el cliente como antes. Puede ser cansancio o puede ser que el propio cliente no te saluda igual, o, incluso, puede ser una de esas historia que siempre desconoceré sobre un pedido meticuloso con el que hubo protestas y desacuerdos. El caso es que no se preguntaron ni por la familia ni por futuros planes, que pidió, pagó y se fue.
Cambie de objetivo y me fui al piso de abajo. Ya había estado antes echando un primer vistazo y algunos trabajadores ya te miraban con resignación. De hecho, una de las dependientas de la pescadería se puso de espaldas y me pidió que le avisara si salía en el encuadre para apartarse un poco más. 

Llegué a un puesto de fruta y decidí repetir unas cuantas fotos que no me había convencido en resultado pero sí en concepto. Allí me encontré con la canosa mujer de mediana edad. Ahora era ella la poco condescendiente. Estaba poniéndole inconvenientes a que un melocotón más se pasase del kilo y uno menos no llegase y hacía a la dependienta cambiar de melocotón a fin de que el peso se aproximase lo máximo posible a su pedido. Desistió al llegar a una aproximación bastante aceptable y declaró que aún necesitaba más tipos de frutas pero que ya miraría en otro lado y pidió el recibo. 



Yo me quedé pensando qué razón le llevaría a cada una de estas personas a comportarse así. Pues desempeñando la misma función, -vender/comprar-, no la desempeñan del mismo modo ante la misma gente.

 ¿Es la gente tan complicada como para variar en el modo de realizar una acción tan simple? 



Cristina.


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