Sunday, October 7, 2012

Aquí andamos, de lunes un SÁBADO

   6:36 de un sábado. Sí, señor, sábado... La alarma del ipod suena y la luz de la pantalla ilumina el cuarto. Abro los ojos y lo primero que veo es la estantería que hay en frente de mi cama... Está hecha un desastre, pero a pesar de ser sábado, no voy a tener tiempo de ordenarla. "Ni ganas" me admito a mí misma. Me giro y cojo el maldito ipod. Me deslumbra y lo apago. Me acurruco otra vez, pero como me conozco, la segunda alarma suena 10 minutos después. 
   Enciendo la luz, veo que una de las sábanas se me ha caído por la noche y me levanto por el lado derecho de la cama. Miro a la puerta, al rincón de la puerta, y me asombro de la cantidad de desorden que soy capaz de crear: dos mochilas, la papelera sin tapar, otros dos bolsos, un pañuelo arrugado en el pomo de la puerta, tres jerseys y un pantalón que no recuerdo haberme puesto, el cargador de la consola y las zapatillas que usé el martes.
  Me levanto y voy al baño. Me miro al espejo y aplaudo mis ojeras. "Los canguros tienen una bolsa en la barriga y tú dos debajo de los ojos, ¿quién es el rey ahora?" me digo, "bonita estampa estás hecha".
  Salgo del baño y no veo nada. Todo está oscuro. ¿Por qué?: Porque es sábado, es temprano y la gente un sábado temprano DUERME. 
  Me resigno, voy a mi leonera y busco algo de ropa que, por casualidad y como hito histórico, esté en el armario y no en el suelo. El armario está ordenado, salvo los estantes de abajo, los denominados "lasmierdasaquí". Consigo ropa decente y vuelvo al espejo del baño. Ya parezco humana. Me peino. Miro la hora y veo que mi vagancia mañanera me ha costado no tener tiempo para desayunar. Robo una manzana del frutero, tortilla de la cena de ayer y arroz del chino del mediodía. Mi mochila parece el almacén de Doreamon. 
  Mi madre se desvela y me llama. Aparezco por el marco de su puerta en plan "llego tarde". La veo recostada como una faraona. Es tan natural que parece que haya ensayado toda su vida la pose. 
Me recuerda la comida. Me despido y me voy.
  A continuación, en la plaza veo los puestos del mercado de todos los sábados. Me siento en la parada del bus mientras miro. El encuadre es horroroso ya que algún iluminado decidió plantar un pino en medio de la plaza. Solo alcanzo a ver una furgoneta, la trastienda del puesto de aceitunas y el pino.  Cuando llega el bus y me monto, mi punto de vista cambia continuamente. Veo los edificios en construcción, la carretera, el acueducto de Noain, la calle principal de este mismo pueblo, el aeropuerto, la Morea, los concesionarios, Diario de Navarra, el Sadar de refilón, la universidad pública, veo gente dentro del bus, gente fuera que mira al bus, gente que no mira, veo que llego a mi parada y me bajo. 
  Atravesando la Milagrosa, veo que las casas son ya viejas y ninguna realmente destaca en belleza. Llego a Iturrama después de subir las rampas. Y de Iturrama llego a la universidad. Sí, porque el sábado también tengo clase. Cuando estoy atravesando el parking, veo lo tremendamente fotografiable que es el edificio de Fcom, pero hoy no me hace demasiada gracia entrar. Aún así, entro. Veo a uno de mis compañeros, está guapo, y subimos a las aulas de desarrollo. 
  Allí nos esperan tres horas de desesperarnos. Tres horas son demasiado tiempo para una sala de cuatro esquinas y una mesa. Me canso de mirar todos los ángulos y me alegro de que por fin nos vayamos. 
  Tengo tres horas libres y decido abandonar la intención de pasármelas mirando el techo de la biblioteca. Subo a Iturrama, me encamino a La Ciudadela, donde las fotos de vuelve mucho mejores y bonitas, encuadro mentalmente a personas que han salido a pasear, en su mayoría ancianos, y cojo el camino para llegar a autobuses. Cuando llego, me paro un momento e intento encuadrar la estatua de Yanguas y Miranda.
  Acabo paseando hasta el Casco Antiguo, que, fruto de meados y fiesta, tampoco aporta mucha belleza. Llego al Aquavox, donde la vista a a volver a ser increíblemente sosa, ya que las únicas opciones son las cortinas, las máquinas de musculación o los tejados de las casas, donde parece que no vive nadie porque nadie se asoma. Si yo viviese delante de un gimnasio, me asomaría a cada tanto con una tarrina enorme de helado y me la comería muy expresivamente delante de los gorditos, pero esto es solo una teoría. 
Salgo, y corro a la calle Irache 34 porque tengo que estar allí antes de las 14:30, por lo que ni miro el paisaje ni fotografío nada. Pero tengo la sensación de que el camino de la cárcel, por donde paso, tiene unos buenos encuadres. 
  Llego a tiempo y veo lo aburrida que va a ser mi tarde. Un compañero me da varios papeles con cuadrícula. Durante las próximas siete horas y media lo único que voy a tener delante de mis ojos son papeles cuadrículados, un boli, un ascensor intraurbano y muchos desconocidos a quienes tengo que apuntar si se suben en el ascensor. 
  Me las paso así hasta ñas 16:00, cuando llega una amiga y me hace el trabajo más ameno. Mi paisaje ahora incluye otro punto de interés y empezamos a movernos al rededor del ascensor sin perderlo de vista. A las 18:44 llega una compañera a darme un descanso y, a la vez, llega otra amiga más. Empezamos a pasear por la zona sin alejarnos mucho porque solo puedo descansar 30 minutos. La zona tampoco es demasiado bonita. Edificios como los de la Milagrosa y gente de tercera edad. 
  Volvemos al ascensor y las cosas siguen igual hasta un par de horas después. Anochece y el ascensor y las farolas se encienden.   La perspectiva cambia. No sé si esto va en favor o en contra del barrio, pero gana cuando se queda a oscuras. 
  Por fin pasa algo interesante cuando un grupo de adolescentes empiezan a gritarse. Justo estábamos comentando si realmente eran suficiente mayores para que una pareja estuviese dándose los besos que se daba, cuando otra chica entró a recriminarles. Empecé a retransmitir lo que sucedía como un periodista hasta que el grupo aumentó hasta cerca de 30 niños. Empezaron a pegarse y mi amiga llamó a la policía. Antes de que llegasen ya se había diluido el jaleo y solo quedaba un grupo comentando la jugada. Con los policías delante, no me atreví a sacar ni media cámara. Resulta que los adolescentes no pasaban los 13 años. Mis amigas y yo estamos un rato comentando como está la juventud de hoy día, como si fuésemos ancianitas. 
  Estamos un rato más sin sacar la cámara y realizando sólo la contabilización de personas que usan el ascensor hasta que, incluso mi compañía, se cansa de mi trabajo y se va a tiempo de que lleguen otras dos amigas. Estas dos, mucho más motivadas, empiezan a contar ellas mismas quien viene o se va en ascensor o lo usan ellas y me instan a apuntarles. Empiezo a sacar fotos de ellas yendo y viniendo por la pasarela hasta que se cansan y una se sienta. Me siento yo también. Y saco nuevas fotos desde esa altura de liliput. El barrio sigue siendo igual de feo desde esa altura y desisto de buscarle un atractivo. 
  Los padres de una de ellas vienen a recogerlas y recuerdo que aún me queda una hora de trabajo y otra de autobús hasta llegar a mi casa, de donde salí hace 14 horas. 
  Como si lo hubiese planeado, no tengo un minuto de soledad cuando sale del ascensor Javier Abad, a quien no reconozco porque está oscuro y parece que ignoro cuando bajo la cabeza a apuntarle como simple usuario de la infraestructura. Veo que el individuo se acerca y, dada la oscuridad y el barrio, pienso que ya estoy en líos y que, encima, ya he llamado a la policía para una tontería. Pero se queda en el susto.
  Por fin llega la hora de irse y me libro de otra retaila de caras largas en el autobus porque me acerca a casa. Y feliz como una perdiz llego, abro la puerta, asomo la cabeza por el comedor y veo a mi madre en las mismas que esta mañana pero en "versión sofá". Le comento lo bien que vive y voy al cuarto. 
  La magia no existe y Satán me ignora así que mi cuarto sigue hecho una mierda y ningún alma caritativa me ha hecho la cama por compasión. "¡Vagas!" grito adornándolo con sollozos falsos y dramáticos con total intención de que me oigan pero sabiendo que les entra por Montera y sale por Aranjuez.
 Voy a la cocina, abro el frigorífico y me lo encuentro encantadoramente lleno. Me emociono pero no me gusta nada de lo preparado y no me apetece cocinar, Me giro con esperanzas hacia la cazuela que hay en la encimera y levanto la tapa. Ahora llega la estampa más bonita del día: POLLO EN SALSA DE ZANAHORIAS. Le haría 200 fotos pero prefiero comérmelo.
  Por fin abandono la cámara, ceno tranquilamente y me voy a dormir a las 23:00. 
  Sí, un sábado a las 23:00, ¿Por qué?: ¡Porque llevo despierta y trabajando 16 horas y media, un sábado!

Cristina.

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